miércoles, 9 de septiembre de 2009

Tango, mensaje de la selva de cemento

Gardel, Troilo, Pugliese, Piazzolla.

Nostalgias, amores, desengaños. Vieja, barrio, puñalada, percal, truco. Esquina gris. Tarde gris. Alma gris.

Y bandoneón. Arrugado resoplido reo de la noche arrabalera. Noche pinzada con estrellas de nácar. Farol sibilante de Buenos Aires.

El tango es negro.
Usina de acordes negros que agitan la savia negra de las calles del barrio. Savia negra que nutre el árbol canyengue. Con raíces de adoquín que crecen enredándose en el taconeo zigzagueante de guapos y mireyas. La noche va y viene y el baile le da su lustre de luna al charol ya brilloso.

Y la savia fluye negra por el encaje negro. Y escala el cuerpo ciñendo la figura de mujer, moldeada en humus exquisito, y brota en ojos negros, pelo negro, traje negro. Farol negro.

El tango brilla.
Brilla el charol, brilla el cuchillo. Brilla la vía acerada del tranvía lejano.

El tango es guapo.
Quizá compadritos orilleros despojados de su honor por la daga de una luna creciente, se desangraron sobre las trochas y tiñeron el suelo, antes negro, del color que es en la selva. Y chillantes tranvías repartieron con su vaivén el mensaje primitivo, pretérito, herrumbroso, por toda la ciudad. Y nació la selva de cemento. Violencia, bravura, hidalguía, guerrilla, malevaje.

Y entre el humo de una Buenos Aires ya turbia, entre el vapor de la olla del convento, el bandoneón nos sigue dando su respiración jadeante. Y el jadeo es también una resistencia al silencio; y el baile quebrado una bocanada refrescante para el ambiente.

Tango.
Que siempre se extingue, que siempre resurge. Es el alma de Buenos Aires. La savia pasional del río de la Plata.

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